jueves, 9 de agosto de 2012

Calor

Foto: I.N., mi encina favorita de la casa del bosque, 2012
Hace mucho calor y el estruendo de obras es incisivo, pero yo me pongo esos casquillos de lujo que me prestó J. y la música me embriaga... A veces alguien me manda una canción y es como si la música quebrase unos muros imaginarios de mi espíritu o como si me zambullera en el agua. O en otro tiempo. Un amigo arquitecto humanista que venía a mi curso me ha contagiado estos días su pasión por la chanson française... Una amiga escritora que sólo conozco de facebook me recomienda olvidarme de mi cuerpo (de interna en un campo de concentración) y bañarme en alguna piscina porque dice, y es verdad, que el agua parece curarlo todo, es como si bajo el agua no existieran los males... Ella me habla de una piscina muy agradable, inmensa, donde hay muy poca gente y los que van son variopintos y no se miran ni se juzgan, dice que desde su casa el paseo bajo los plátanos hasta allí es muy agradable, lástima que no sea en mi ciudad...
He pasado días muy malos, pero parece que algo empieza a moverse otra vez hacia delante y que podré seguir mejorando como hasta ahora, aunque sea tan despacio... Una noche hice un gesto revolucionario y cené fuera; podía ser malo para mi cuerpo, aunque comí solo lo permitido, pero el entusiasmo de mi compañero de cena por el cine y por mi escritura me alegró el espíritu y eso también ayuda al cuerpo a curarse. Yo temía molestos encuentros sociales, gente que me preguntase por mi condición, pero por suerte el único encuentro fue precisamente el arquitecto humanista, que me alegró mucho ver allí... Luego, gracias a esa cena he estado viendo algunas películas... Una comedia de Lubitsch, una película triste y extraña, delicadamente expresionista, a veces casi oriental, de Marcel Hanoun, y ahora me toca Chris Marker...
Ayer tuve un momento dolorido viendo triste a G., me sentía tan fragilizada y sin energía como si necesitara otro cuerpo para animarle, aunque luego la conversación cambió y sólo pensé en lo extraordinario que es G. y en lo que llegará a hacer. Después de quedarse plácidamente dormido en la silla de Charles Eames, con esa belleza durmiente que parece tan feliz, y toda la fuerza de su edad y de su pasión deportiva, su tristeza y la mía se fueron volando como las mariposas de la casa del bosque. 
Mucha gente ha venido a decirme cosas por la muerte de A., mis amigos y muchos lectores y gente de fb. Muchos me hablan del texto que escribí y eso me alegra, me transporta allí donde quiero estar, en la escritura. Muchos simplemente comprenden o intuyen lo que es esencial. Pero algunos desconocidos enseguida quieren romper la necesaria tristeza del duelo con frases new age, o tópicos cualesquiera, otros creen saber cómo me siento, como si todos fuéramos iguales, y describen sorprendente y equivocadamente lo que creen que es mi estado de ánimo, o bien creen que sólo pienso en eso o que he desesperado o que no sé que donde está A. ya no sufre. Pero hay que permitirse un momento de tristeza, ¡al menos unos días! Como los tres días del duelo judío tradicional, durmiendo en el suelo... Alguien que sí comprendía sin conocerme me puso el poema de Auden, que es maravilloso y que yo cité cuando murió mi padre, aunque es un poema de amor, pero expresa ese momento de dolor y resistencia a que alguien se vaya, y es sobre todo humano. Tal vez porque ahora mi cuerpo tiene una presencia tan intensa con sus pequeñas miserias, yo he puesto el lugar del duelo en una habitación de mi espíritu, pero no me he aposentado en ella, aunque a veces se asome su cara de pronto o un objeto o un sonido desencadena ese recuerdo, como explicaba Proust en Contre Sainte-Beuve, sólo que aquí la identificación es inmediata. 
Ayer Tigridia me trajo La Vanguardia con el Cultura/s, porque los kioscos cierran y hay que irse cada vez más lejos.  Precisamente Tigridia me regaló hace unas semanas una inmensa buganvilla y ha ocurrido algo curioso. Al lado de donde la pusimos había una pobre pequeña buganvilla en estado precario, era de flores rojas y durante dos años no floreció y al tercero le salieron las fucsias, que son las únicas que se dan bien aquí, pero estaba desnuda sin apenas hojas y muy mustia. Al colocarle a esa exuberante hermana al lado, la pequeña ha cambiado radicalmente, se ha llenado de unas hojas grandes y saludables, como nunca había tenido. No creo que sea cuestión de sombra, sino que realmente las plantas son organismos vivos y se detectan... Una vez leí que algunas plantas "avisan" a otras de la llegada de ciertos parásitos o plagas, de modo que las plantas siguientes ya han desarrollado defensas cuando les llega el bicho... Eso denota cierta comunicación y la idea me gusta mucho, como las hermanas buganvillas (y ahora dos palabras sobre la gran buganvilla y su hermana pequeña me han devuelto de nuevo a A., y a esa frase del cuento: Hermana Ana, ¿qué ves? / Veo el sol que brilla y la hierba que verdea) que P. quiso poner en el recordatorio... Así funciona la memoria. Una noche, la víspera de la muerte de A., en la casa del bosque, donde al oscurecer todo se volvía misterioso y telúrico con los pájaros silbones, el erizo escondido y el cielo plagado de estrellas (por cierto, ¡me había olvidado de las Perseidas!), mientras P. me hacía reiki a distancia, noté que el aire olía al olor de mi padre. Más allá de su colonia y del tabaco canario que fumaba, mi padre tenía un olor particular, que llenaba su habitación cuando se levantaba y que yo de pequeña asociaba a un batín francés muy confortable que llevaba. El olor se hizo más y más intenso y no se desvanecía y me hizo preguntarme si me habría visitado para saber de A. Recordé que, cuando mi madre se puso enferma y la ingresaron, soñé que mi padre, que ya había muerto hacía años, me llamaba por teléfono. 
- Eh... -empezó con su vacilación típica- ¿Cómo está tu madre?
Yo le respondí que estaba bien, mejor, le informé como pude, y al acabar, le pregunté, porque en el sueño yo sabía que él ya no estaba en el mundo:
- Pero tú... ¿dónde estás?
Él soltó una de sus risas leves y carraspeantes y colgó.
Cuando se lo dije a mi madre, que creía en todos los mundos invisibles, me dijo:
-Me alegro de que se acuerde de mí, aunque sea ahora...
Esa noche de la visita olfativa de mi padre tuve insomnio y salí frente al bosquecillo y paseé mirando la luna y el cielo y sintiendo la atmósfera de la espesura y su vida oculta. Al día siguiente llegó la noticia.
He estado leyendo un Diario de John Stuart Mill que me trajo mi amigo Joan, muy subrayado (se lee de otra manera sabiendo lo que le interesa a otro lector), también la novela autobiográfica e inacabada de James Agee, y he vuelto a Vinyoli y a Emily Dickinson a ratos... Intento escribir cuando me encuentro bien, son sólo tentativas, probaturas, estoy en esa fase difícil que requiere mucho coraje y energía y mi salud no ayuda, por eso me embriago de cine y música... Siempre viene alguien a verme y me preguntan antes qué necesito, pero temo los días en que no quede nadie aquí, porque no estoy para peregrinaciones... 
Pero un día surgirá algo al escribir, descubriré mi deseo otra vez y me llevará a algún lugar, aunque a veces parezca imposible.

5 comentarios:

Anne-Hélène dijo...

Querida Bel,

Ya sabes que no soy de blogs y que, además, estoy abducida por un trabajo que, por razones que no voy a contar aquí, tiene que ver con la cutrez y la aristocracia -que tan a menudo van de la manita- a partes iguales.

Pero quería decirte que tu narración del sueño de la llamada de tu padre para interesarse por tu madre y el de su visita olfativa, constituyen una pieza de literatura memorable.

En cuanto a gestos revolucionarios y llenos de arrojo, has hecho muchos, además de ir a cenar. También has ido a Xoroi, al bosque, a ver a Ana. Tu vida ahora está siendo eso, una revolución.

Y siempre habrá gente para opinar sobre todos tus asuntos, particularmente sobre lo que escribes y publicas. Las reacciones pueden ir de cero, algo que no ocurre nunca en tu caso, a multitud, y en la multitud encontrarás también algunas que no te gusten. Sin embargo, sueños y estados de ánimo, por mucho que aparezcan en a escritura, son inaccesibles a los demás, que sólo podemos percibirlos a través de nuestra propia mirada y experiencia. Siempre habrá gente que se cree en posesión de una "sabiduría holística" que sin duda le resulta muy tranquilizadora. Pero lo cierto es que lo que te pasa es sólo tuyo. Una vez más, la niña del bosque, de Rackham. y los demás podemos, en el mejor de los casos, comprenderlo por afinidad intuirlo o sentirlo por empatía en tu escritura.

Desde luego que surgirá algo al escribir. Está surgiendo, aunque no lo veas.

Belnu dijo...

Mil gracias, Anne-Hélène, por ese comentario largo -heroico, considerando tu escasez de tiempo- y tan lleno de insight and wiseness. Gracias por tus palabras balsámicas y buen viaje!

Belnu dijo...

Por cierto, creí que era un roble el árbol de la imagen y era una encina... A veces los confundo! Es un árbol precioso, tridígito, que se ofrece como una mano...

Anónimo dijo...

És un roure.

Belnu dijo...

Això em pensava jo i ho vaig posar, però els propietaris de la casa i el jardí em van dir que era una alzina i me'ls crec perquè els conec. En canvi tu ets algú que ni tan sols gosa posar el nom