Foto: I.N., Formaciones de nubes junto al mar, 2012
Qué difícil resulta a veces llevar la contraria, pensar distinto, cuestionar las cosas, oponerse en lugar de someterse... Qué respuesta tan agresiva y amenazante puede producir en otros, que se sienten cuestionados o que proyectan su propio miedo presionando... Parecería más cómodo no ir a contrapelo, dejarse llevar, y sin embargo, yo no podría hacer lo contrario a lo que siento que debo hacer, lo contrario a lo que creo, lo que no encaja con mi sentido común o mi sentido íntimo, con el mapa que me he hecho de mi cuerpo y mis emociones. Y qué alivio encontrar a los que piensan como yo, a los que comprenden, a los que ofrecen explicaciones para mí plausibles, por muy extravagantes que puedan parecer a los del pensamiento único. Estuve leyendo un texto que me pasó G. de antropología del dolor que explicaba muchas de las cosas que yo he sentido y vivido e intentado en vano explicar a quien no podía entenderme en estas semanas atrás.
Qué difícil resulta a veces llevar la contraria, pensar distinto, cuestionar las cosas, oponerse en lugar de someterse... Qué respuesta tan agresiva y amenazante puede producir en otros, que se sienten cuestionados o que proyectan su propio miedo presionando... Parecería más cómodo no ir a contrapelo, dejarse llevar, y sin embargo, yo no podría hacer lo contrario a lo que siento que debo hacer, lo contrario a lo que creo, lo que no encaja con mi sentido común o mi sentido íntimo, con el mapa que me he hecho de mi cuerpo y mis emociones. Y qué alivio encontrar a los que piensan como yo, a los que comprenden, a los que ofrecen explicaciones para mí plausibles, por muy extravagantes que puedan parecer a los del pensamiento único. Estuve leyendo un texto que me pasó G. de antropología del dolor que explicaba muchas de las cosas que yo he sentido y vivido e intentado en vano explicar a quien no podía entenderme en estas semanas atrás.
Empecé a leer A Russian Childhood de Sofya Kovalevskaya, esa fascinante matemática rusa del siglo XIX, que además fue escritora y que inspiró uno de los mejores relatos de Alice Munro, Too Much Happiness. Entre medio leía un libro de respiración de chakras y uno de otras formas de abordar la medicina y la salud. Y descansaba, con mi enfermero Rufus, que seguía ronroneando a mi lado o poniéndome las patitas blancas en la frente, en ese extraño ritual de gato conectado con lo invisible. He visto unos cielos asombrosos y preciosas formaciones de nubes blancas sobre azul, y he empezado a andar, incluso me he atrevido a coger un autobús.
En el sofá, volvía a esa infancia rusa de una matemática talentosa que tuvo que luchar contra universidades que no permitían estudiar a las mujeres, aunque todos los profesores querían darle clases y discutir con ella sus trabajos. Colega de Poincaré y de otros matemáticos ilustres, resolvió problemas e hizo aportaciones originales y recibió premios pese a los prejuicios de su tiempo. Suecia le ofreció la primera plaza de profesora en la Universidad que se concedía internacionalmente a una mujer. Fue la reina de la traducció quien me recomendó esta autobiografía tras la lectura de ese cuento maravilloso de Alice Munro que es "Too Much Happiness", y como sospechaba, encontré en la infancia rusa de Sofya algo doloroso que conocí demasiado bien en la mía, fronteriza.
Hace unos días tuve una experiencia durísima que me devolvió, por su violencia sin razón, inmediatamente a mi infancia, a aquel ¿por qué? que me acosaba entonces. Pasé unos días extraños: mi casa era como la casa de la familia Monster: aquí llovía mientras fuera hacía sol. Fue un indicio muy claro de lo que estaba pasando y a la larga tal vez fuese una lluvia salada liberadora.
Hace unos días tuve una experiencia durísima que me devolvió, por su violencia sin razón, inmediatamente a mi infancia, a aquel ¿por qué? que me acosaba entonces. Pasé unos días extraños: mi casa era como la casa de la familia Monster: aquí llovía mientras fuera hacía sol. Fue un indicio muy claro de lo que estaba pasando y a la larga tal vez fuese una lluvia salada liberadora.
Y justo en ese punto qué felicidad leer el artículo de EVM en El País sobre Mis postales de Barcelona, que mi libro estuviera cerca de mi adorada Emily D., gracias al caprichoso azar de las lecturas y a los hilos de la escritura de EVM. Mis amigos empezaron a felicitarme cuando yo no había visto nada, aunque había tenido una prefiguración momentánea justo antes, y luego no encontraba la página mientras llegaban más mensajes, entre ellos algunos franceses, admiradores de EVM. Otra vez bailé metafóricamente, como apuntaba un coreógrafo que admiro y que sabe leer los gestos en cadencias secretas y danzantes, autrement. Como la alegría de ver a mi gato manchado en la portada del suplemento Cultura/s de La Vanguardia y mis postales en el interior.
Me han escrito y llamado muchos lectores de Mis postales de Barcelona, que al parecer despierta inmediatamente en cada uno una polvareda de recuerdos propios de la ciudad escamoteada, perdida, transformada.
Y luego he vuelto a esos misterios del dolor sin codificar, a la quietud de la espera, al desconcierto y a la gozosa lectura para preparar mi curso siguiente, que continuaré estos días. Qué conciliación inmediata con la materia de la que quiero hablar. Son días de conversaciones telefónicas, reposo y pillow talk, en los que la presencia de Rufus sigue siendo vital. Mi malaise me impidió ir al campo, pero he ido a comer a la orilla del mar, y abstraída, me he dedicado a escuchar. Hacía mucho viento y el cielo seguía lleno de esas maravillosas, baudelairianas formaciones de nubes (¿O acaso era Adorno? "Hombre con los pies en el suelo u hombre con la cabeza en las nubes, ésa es la alternativa.")
Hace muy poco una mujer experta tiró hábilmente de un hilo de la madeja significante del proceso desencadenado en mi cuerpo y ahora me veo comprometida conmigo misma a continuar mis tentativas para poner en circulación la novela de mi infancia, que había dejado oculta, casi abandonada, en alguna especie de cómodo y oscuro limbo, como si no me fuese la vida en ello. Ahora sé lo que tengo que hacer. Desconozco la manera, no confío en todas mis partes, pero sé que tengo que seguir aquella vieja lección de Esopo, la dentellada del lobo y Dorothy Parker de la que hablé aquí. A contrapelo.
Me han escrito y llamado muchos lectores de Mis postales de Barcelona, que al parecer despierta inmediatamente en cada uno una polvareda de recuerdos propios de la ciudad escamoteada, perdida, transformada.
Y luego he vuelto a esos misterios del dolor sin codificar, a la quietud de la espera, al desconcierto y a la gozosa lectura para preparar mi curso siguiente, que continuaré estos días. Qué conciliación inmediata con la materia de la que quiero hablar. Son días de conversaciones telefónicas, reposo y pillow talk, en los que la presencia de Rufus sigue siendo vital. Mi malaise me impidió ir al campo, pero he ido a comer a la orilla del mar, y abstraída, me he dedicado a escuchar. Hacía mucho viento y el cielo seguía lleno de esas maravillosas, baudelairianas formaciones de nubes (¿O acaso era Adorno? "Hombre con los pies en el suelo u hombre con la cabeza en las nubes, ésa es la alternativa.")
Hace muy poco una mujer experta tiró hábilmente de un hilo de la madeja significante del proceso desencadenado en mi cuerpo y ahora me veo comprometida conmigo misma a continuar mis tentativas para poner en circulación la novela de mi infancia, que había dejado oculta, casi abandonada, en alguna especie de cómodo y oscuro limbo, como si no me fuese la vida en ello. Ahora sé lo que tengo que hacer. Desconozco la manera, no confío en todas mis partes, pero sé que tengo que seguir aquella vieja lección de Esopo, la dentellada del lobo y Dorothy Parker de la que hablé aquí. A contrapelo.
8 comentarios:
a¡Magnífica, Bel!¡Eres magnífica! Qué maravilla leerte y qué ganas le tengo a tu futuro y seguro libro sobre tu infancia... ¡Qué ganas! Ana
Mil gracias, Ana María! En cierta manera, tú estarás allí, en aquellas escenas de la playa de Roses, con cubos y palas y almejas en la orilla...
Sí, reviviré esos momentos gracias a tus recuerdos, a tu sensibilidad, y en tus palabras serán intensos, sutiles, amargos, dulces, alegres o tristes, pero siempre bellísimos y elegantes.
Mil gracias otra vez, Ana! Me hace ilusión haber recobrado a un personaje de aquella playa maravillosa!
todo bien, me alegro
Bueno, "todo bien" ojalá. De momento sobrevivo, que es mucho, y ojalá se equivoquen los que han predicho un fin tan rápido para mi todo... En cualquier caso, sueño con una época plácida, sin angustia...
Sí, Bel, sí: todo bien. ¡Lo estás consiguiendo! Ni el miedo, ni el dolor, ni el cansancio han podido desposeerte siquiera un momento de esa voluntad tuya de regir tu propio destino. Tú no estás sobreviviendo; estás viviendo esta circunstancia tuya con la misma intensidad con que has sabido viajar, amar o brindar tu brazo a los árboles de Barcelona. También por eso te admiro. Anna
Gracias, Anna, por ese entusiasmo tuyo y esa visión de mí que me permite imaginar esa fuerza, la que otros me atribuís. Porque a veces me siento más hormiga de Figueres que nunca! Aunque sea con cierta obstinación!
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