domingo, 21 de octubre de 2012

Alea jacta est

Foto: I.N., Nubes de esta tarde, por el norte, 2012.
Ya hay una fecha y es inminente. Sólo quedan los últimos preparativos y concentrarse para que todo sea favorable y nada detenga lo que tiene que ocurrir. No sabré nada hasta que no despierte de ese quirófano desconocido donde todo se verá. Poco a poco, he ido reconciliándome con la idea de entregarme, de confiar. No ha sido fácil. A veces, todo duele y el dolor me devuelve a la tristeza de mi condición, de lo que me ha ocurrido, de lo que ocurre y de lo que me queda por recorrer. Mi amiga Anne, que me ve como a un personaje de Arthur Rackham, me dice que tengo que acabar de atravesar un bosque intrincado y espinoso y que pronto llegará le jour clair. Muchos amigos me aseguran que están convencidos de que todo irá bien, de que sus intuiciones son certeras. Y yo, ¿qué creo yo? Yo lo creo todo y no creo nada. Tengo pensamientos de muerte y he hecho mis pequeños preparativos en ese sentido, me angustia ser un cuerpo inmovilizado, conectado a tubos, sin capacidad para hacer nada salvo respirar y sentir, sufrir. Y al mismo tiempo no puedo evitar tener todas las esperanzas, incluso creer en lo improbable como JN, creer que todo será inexplicablemente mejor de lo esperado. Nadie sabe.
Dudaba si llevarme el ordenador, y al fin alguien me convenció para que sí lo hiciera. Quién sabe cuándo podré y tendré fuerzas para incorporarme. Aún no he decidido qué libros vendrán conmigo, aparte de Julien Green. 
Rufus se quedará al cuidado de V. y de Tigridia. Él ya lo sabe: a su manera misteriosa, los gatos lo saben todo, o casi todo. Ya fui a ver por última vez al hombre que escucha, esta vez con un sueño que no supe descifrar. Tenía que hacerme, antes de la operación, unas fotos con una escalera de mano abierta y un cubo de pintura, pero en vez de cámara o teléfono, utilizaba una barra de labios negra con un dispositivo que también hacía fotos. Y de pronto pensé: pero con esto no sé si puedo pasarlas al ordenador...
Estos días me han visitado amigos, como siempre, que además se han hecho cargo de trabajos domésticos que para mí son difíciles ahora (antes me avergonzaba de que lo hicieran, ahora sólo siento gratitud, que es una fuente de felicidad). J. lo hace siempre, la otra Bel vino hoy, V. vino a buscar llaves e instrucciones para acompañar a Rufus. Giuseppe no pudo venir, estaba seleccionando cuentos clásicos y contemporáneos para unos editores de libros de texto que no han leído el prólogo maravilloso de Nathaniel Hawthorne. Buscaba un cuento y yo me agaché en mi polvorienta estantería de cuentos clásicos infantiles, pero no pude encontrarlo. Vinieron mis amigos semi-italianos con su manjar delicioso; quieren estar conmigo también el día D, aunque no puedan verme. Y es que esa mañana yo me había despertado mejor, tal vez gracias a una cena o tal vez gracias a unas respiraciones hara, y me sentí la hormiga atómica y empecé a hacer trabajos de Sísifo y acabé volviendo agotada al sofá. Cuando se fueron mis dos amigos, me subió la fiebre.
Hoy, J. me hablaba de su tristeza, de la que no se siente autorizado a hablarme porque intenta siempre alegrarme y parecer contento, de todo lo que tiene que digerir sin apenas darse el derecho a quejarse. Y yo, aunque estaba en esa nube melancólica y dolorida de esta mañana, me he alegrado de que lo dijera porque lo sé desde siempre y otras veces se lo he dicho y creo que es mejor que a veces pueda verbalizarlo también conmigo. Aunque yo apenas pueda hacer otra cosa que escucharle en silencio.
Pero ¿no son los silencios a veces la escucha que yo misma quisiera? Sólo eso, ser escuchada y sentir cómo me vuelven esas palabras, reflexivamente... Esa pequeñez podía ofrecerle yo... y la lluvia.
Escribo. Cuando puedo, cuando tengo fuerzas y estoy sola, escribo. Escribo como Rufus duerme. Escribo ese libro extraño y desestructurado, ahora ya con su working title, lo cual es un alivio para mí: poner nombre a las cosas. Fotografío el cielo, como un arma contra la tristeza, que a veces se adhiere al cuerpo como una costra, como esta mañana, por el dolor, que me devuelve a la dureza de estos tiempos míos. Las nubes forman a veces masas luminosas, extrañas floraciones, tonalidades insospechadas. Hace noches que no veo las estrellas: pacificada y en plena aceptación de lo que vendrá, duermo algo mejor. Me despierto pero no voy a la sala. La primera noche, Rufus, extrañado, saltó sobre mi cama a las cuatro. Ahora ya lo sabe; ha habido un cambio y ya no me espera. 
A veces me siento casi feliz, olvido que no puedo vivir, olvido que no tengo cuerpo, que habito en una jaula dolorosa y puedo soñar, respirar aunque sea con esta respiración mezquina de ahora. Me siguen ocurriendo cosas pequeñas maravillosas, aunque yo no pueda entender la paradoja de todo esto, ni la extraña duplicidad de sensaciones que engendran. Qué importa. Si me curase, si recobrase un cuerpo de mujer, aunque sea con esas nuevas cicatrices, si pudiera, como dijo mi amigo Giuseppe: "Antes de Navidad, bailarás sobre las rocas". Y yo pensé en un paseo maravilloso que dimos por un camino de ronda, Caterina, él y yo, un día en que el viento había barrido el cielo, poco antes de mi desastrosa intervención. "Oh sí", le dije yo, "volveremos a aquel camino y yo bailaré sobre las rocas..." Hay tantas cosas que quisiera hacer para celebrar mi curación, si lo consigo, tantos lugares y tantos amigos con los que reírme y bailar... Sobre todo G., que necesita como yo esa celebración, la merece después de lo vivido, después de que, en abril, un cirujano de espíritu carnicero le abordase en un pasillo de hospital para decirle que su madre no viviría de ninguna manera, era imposible, en un impulso sádico incontenible, que luego se enseñoreó también conmigo y según él, yo debería haber desaparecido del planeta el pasado julio. Hay gente que afirma así su pequeño poder, sus venganzas contra la traición de Electra, quién sabe qué... Ah, Christiane Olivier sabría...
Como decía, anoche me subió la fiebre, por razones que descubrí más tarde. Mi delgadez es tan extrema que el termómetro de mercurio no se me sujetaba bajo el brazo y al fin tuve que recostarme y quedarme quieta para que no se me cayera y rompiera. Pobre calaverita, me digo a veces, cuando sorprendo mi cara demacrada y espectral en el espejo. Aunque mis amigos siguen viéndome esa luz que yo no veo. ¿Pero qué vemos en los otros? ¿Acaso no vemos también el ser del pasado, el que fue en otro tiempo? Si no, ¿cómo podría existir a veces el deseo? También seguimos pensando en nosotros como los que fuimos, sin edad, sin darnos del todo cuenta del tiempo transcurrido. Salvo cuando ocurren mutaciones como la mía, tan salvajes que cada mañana es una sorpresa reconocerme aún en esta guisa. Nada de esto importaría si de verdad yo pudiera, antes de Navidad, bailar sobre las rocas...
Ha empezado a llover con furia, después de tronar y relampaguear y Rufus, que a veces adopta la personalidad de mi padre, teme a las tormentas, aunque le encanta mojarse un poco cuando hay llovizna.
Mi amiga americana me manda estos días una colección de postales en blanco y negro de Nueva York: Walker Evans, Berenice Abbot, Andreas Feininger, Rudy Burkhardt, Arnold Eagle, Leo Brooks..., todos los buenos fotógrafos que fotografiaron la Gran Manzana. Por el reverso, con su letra preciosa y su trazo ágil, un león protector con un dibujo que va cambiando... 
JP, que se siente desterrado del paraíso al dejar Varanasi y que hizo junto con Rocío una ofrenda de una lamparilla por mí encendida en el Ganges, me ha escrito una última crónica, una de sus cartas indias, y voy a ponerla aquí:

Tras abandonar el paraíso que fue para mi este año Banaras, voy un poco perdido y desconsolado, ni siquiera ahora en Jodhpur que normalmente me sienta bien encuentro la calma, pero supongo  que es el nerviosismo de tener que volver y enfrentarme a esa realidad tan distinta y que desde aquí siento tan ajena y el precio a pagar por haber subido tan alto.
  Los últimos días en Varanasi aunque agónicos fueron al mismo tiempo lentos, bellos, casi diría dorados. Una felicidad frágil, amenazada, cada persona me parecía valiosa, cada piedra un tesoro.  Como explicar la felicidad ? cuando atesoras cada momento desde que te despiertas hasta que te acuestas? ya hable de esa otra belleza que trasciende lo sensorial o forma parte de lo sensorial pero circula por otros caminos que no son los convencionales, donde cada ser es bello y único porque forma parte de todo. Y cada símbolo, cada marca en el rostro, las ropas, el pelo, no son moda , están al servicio de otra cosa, de una aspiración distinta, que lleva hacia lo alto y hacia dentro. No estoy idealizando, después de tantos años viniendo a India empiezo a comprender por que vuelvo, que es lo que me atrae hacia aquí y no me suelta. Se trata de comulgar con todo, de contagio,  de discriminar y elegir, incluso de condenarse pero a sabiendas. De dirigirse a lo esencial y abandonar lo accesorio. Y eso a veces solo lo encuentro entre los pobres, entre los que abandonaron todo o entre los mendigos. India esta llena de pobres, de mendigos, de enfermos, de lacras de todo tipo,  hay quien quiere arreglar el mundo y se pone al servicio del sufrimiento, algo que admiro, o quien lo acepta porque no lo juzga y ve a los seres uno a uno en el estado en que están y son.
 Y el último día fue especialmente amado porque pude, después de dejar la bicicleta y bañarme en Tulsi Ghat, pasear de despedida por los ghats ya por fin transitables y volver a la pensión despidiéndome lentamente del Ganga. Un musulmán rezaba de pie con las palmas de las manos hacia el cielo, cara al río, mientras los pescadores reparaban sus redes disponiéndose para la pesca nocturna y al pasar por el ghat de las cremaciones donde había piras ya apagadas y otras esperando a ser encendidas, vi a  los familiares de los muertos bañándose después de asistir a la cremación o esperando tranquilamente, en silencio, sin llantos, a que los Doms encendiesen la pira. Un cachorrito de perro acurrucado en el polvo dormía apaciblemente y una vaca atada a un poste cerca de la plataforma pintada a rayas que culmina un tridente miraba tranquilamente el río.
Luego el ricksawalla me llevó a la estación por una parte de la ciudad que nunca veo, coincidiendo con la hora de la plegaria de la tarde, cuando muchos musulmanes se dirigen a las mezquitas a rezar y hay un par de cementerios musulmanes que parecen abandonados, desmoronándose lentamente, con puertas en ruinas que ya no cierran nada y hermosos viejos árboles.
   Dos días antes, fui con un amigo y siguiendo una tradición que ya se repite cada año después de visitar una tienda pintada de rojo tierra que protegen un Shiva y una gran serpiente de bronce a tomar tandai, un refresco hecho con leche pistacho nata y azafrán. En ese lugar hay una habitación desnuda de toda decoración salvo el color rojo de la pared y un banco para sentarse. Un empleado desdentado y absorto en algún tipo de nirvana te tiende el vaso lleno de algo amarillento y dulce. Desde allí fuimos paseando hasta llegar al ghat desde donde se alza  la gran mezquita, nos bañamos y luego nos adentramos río abajo hacia Lalit Ghat y Gay Ghat (Nada que ver con gays; se refiere a las vacas) en una zona adonde no llegan los turistas y donde el tiempo parece transcurrir aun más despacio y que nada sucede... la vuelta como siempre fue mágica,  las tiendecitas con las bombillas encendidas donde todo parece brillar y albergar  tesoros, los miles de templos y hornacinas la densidad humana... Este año mi amigo no quiso coger un barquero, se nos hizo tarde, y no tuve la inolvidable experiencia del año pasado cuando llegamos a oscuras, pues se produjo el típico corte de luz a Ganga Ghat y la barca atracó en silencio, roto solo por el choque del agua contra los escalones del ghat y un eco de canticos, en una explanada donde los sadhus celebraban junto al fuego un ritual y yo creí estar asistiendo a una escena védica, inmemorial.
Y el día anterior pude ver un nuevo festival de las mujeres, esta vez para rogar por larga vida a sus hijos, se llama Jivitputrika Vrat en banarsi, el dialecto local, Jiyutia. No beben en todo el día y luego vienen a bañarse al Ganga al atardecer. Al terminar el banyo se atan un cordón rojo al cuello (a veces negro). Con el colorido de sus saris desplegándose en los ghats ya libres de agua se pudo ver el festival en pleno esplendor. Había tantas mujeres que los pobres lecheros recibieron broncas por ensuciar los escalones del ghat al lavar sus cacharros y estaban arrinconados.
    Me dijo una amiga a la que yo hablaba de las grullas siberianas porque salían en un libro de pájaros que quise comprar pero al final renuncie creyendo que jamás llegaría a ver pájaros, así que era fácil verlas en invierno revoloteando en bandadas y sobrevolando las barcas de los peregrinos que les echaban comida. Y me habló del Kumbha Mela próximo cuando los ghats se llenarán de campamentos de sadhus de todas las sectas ....

El poema de Srinatha

          No vendréis conmigo, dulces añades del estanque.
         Pero por que tendrían que venir? Aquí sois felices.
         No vendréis conmigo, bosques dorados de bananos.
         Pero por que tendrían que venir? Aquí sois felices.
         Madre Vishalaksi por que no vienes conmigo?
          Pero por que te unirías a mi? Aquí eres feliz.
         Tu templo interior de Shiva ven conmigo
         Pero por que vendrías? Aquí eres feliz
          Venid conmigo ahora sannyasas!
         Pero por que vendríais conmigo? Aquí sois felices
        Por que seguir a un desafortunado hombre como yo
        dejando atrás los infinitos placeres de Kashi.
  
Eso decía un Risi desterrado de Varanasi, pues Shiva tiene que aceptarte y sus designios son misteriosos. 
Hoy ya en Jodhpur, sentado tomando un té al alba, mientras esperaba que llegasen el elefante y su mahout que cada día vienen a recoger la hierba fresca que le ofrece la gente, tenía frente a mí a un hombre  joven completamente normal salvo por un pequeño detalle, las pestañas de uno de sus ojos eran blancas, como si solo ellas fueran albinas, el resto de su pelo, pestañas, cejas etc. era de color oscuro. En otro banco una mujer embozada en un gran velo rojo de la que solo veía un brazo lleno de brazaletes y una mano llena de sortijas. Y también un trabajador cuyos talones llevaban marcadas grandes, profundas arrugas, se reía y gozaba de la vida de un modo amable.
En Delhi también me visitaba un gato por la noche, menos mal que ya sé que es él, pues es un poco torpe y siempre hace ruido o tira algo y me despierta. Esta vez ni me asusté y saltó enseguida a la ventana. Me fastidió mucho perder la gamccha (toalla que se lleva en el hombro) blanca con el borde verde que había llevado todo el rato en Varanasi y que tanto me gustaba, justamente ahora que estoy mimoso y débil y necesito amigos. Intenté encontrar otra igual en Khadi, las tiendas fundadas por Gandhi donde venden tejidos hechos en telares manuales, pero no encontré ninguna así, eso es algo que aprendí sobre India: cuando te gusta algo cómpralo porque nunca lo volverás a ver idéntico o muy difícilmente. Hablo de eso porque también aquí me visita maullando lastimeramente un gato de color leonado, jovencito, y le encanta jugar con la única gamccha que me queda, una de seda que compre en Delhi al llegar.
Leyendo a Conrad que, a pesar de cierta visión pesimista y de un cierto tono a veces a lo Henry James que me aburre un poco, es un gran narrador. En Lord Jim: "I was make to look at the convention that lurks in all truth and on the essential sincerity of falsehood." Y encontré en las notas un fragmento de una de sus cartas a un amigo , bastante insano, en un momento en que debía de estar bastante bajo."Life knows us not and we don' t know life, we don’t even know our own thoughts. Half the words we use have no meaning whatever and of the other half each man understand each word after the fashion of his own folly and conceit. Faith is a myth and beliefs shift like mists on the shore."
Siempre que estoy en Delhi y no sé qué hacer o adónde ir me refugio en la estación de tren. Allí, viendo pasar a la gente, regatear a las mujeres con los coolies, los peregrinos sikhs vestidos de azul índigo o cobalto, las mujeres con velos naranjas, los soldados, la gente cargando todo tipo de cosas y de bultos, plantas, mesas, cunas, camas. Me fascina visitar las distintas plataformas y observar los rostros de regiones tan distintas, con rasgos mongoloides, o los del sur tan negros y tan clásicos, los militares, los cientos de sadhus que peregrinan de un lado a otro...Cuando cogí el tren para Jodhpur en Purana Dilli (Old Delhi) todavía me sentí mejor, supongo que era totalmente subjetivo pero la gente me pareció más amable, mas acogedora y cuando un señor musulmán que me vio sentado en unas escaleras tomando un chai me preguntó How are you sir? se me humedecieron los ojos y le hubiese abrazado. A veces, muchas, algo hiere, como ese adolescente que es un torso al que faltan un brazo y las dos piernas, y que va desnudo salvo por un ligero trapo en la ingle y totalmente colocado. Entre el gentío un sadhu viejecito duerme ajeno a todo.
Ayer asistí al salvamento a un señor que había caído, o se había tirado, al gran estanque que es la joya de Jodhpur, además de la magnifica fortaleza, el Gulab Sagar, o Estanque de la Rosa. Lo salvaron enseguida, me sorprendió la eficacia y la prontitud con que le arrojaron un neumático inflado y una cuerda, además se tiraron dos personas a salvarlo. Cuando salió parecía borracho. Lo llevaron a la policía al pobre. Puede que solo estuviera dándole de comer a los peces del estanque, nos sorprendemos de la cantidad de animales que hay en India a pesar de la dureza del clima pero nos olvidamos de que están continuamente dejándoles  u ofreciéndoles comida, hierba a las vacas por la mañana, bolas de harina amasadas a los peces, grano para los pájaros, en Varanasi cuidan a los pobres perros parias, los perros mas teatreros, más pequeños escuchimizados y sarnosos del mundo, pero también de los mas adorables, en Jodhpur llegan al extremo de poner azúcar en los agujeros de las ratas y de las hormigas, cada día veo a señores respetables en el parque recorriéndolo con sus bolsas llenas de azúcar.. Cerca de mi pensión hay un árbol en el que se refugian al atardecer miles de gorriones hasta cubrirlo por entero, se pueden coger con la mano, pregunté el nombre del árbol a un chaval que vivía allí en una havelli muy bonita y me dijo que era un kejari. Pasa tráfico y no parece nada especial, me pregunto por qué y desde cuando se asociaron los pájaros a él. Él no supo contestarme.
   Me gustó encontrar el toque sardónico y malévolo de K. Ayyapa Panikker, a la definición de la Sahitya Akademy (Academia de literatura) que define a la literatura india con este eslogan: "Indian literature is one thought written in many languages" que el cambia por "Indian literature is one because is written in many languages". O los comentarios de Tagore siempre tan intuitivo y acertado a pesar de que su estilo (en traducción al menos) que me carga un poco, hablando de que "literature is not my text, your text, his text. Accept a wholeness in the work of each writer."
En hindi     Ham kaun the, kya ho gaye aur kya homge
    Quiénes fuimos, qué nos sucedió, que será de nosotros
Los niños en India juegan a lastimarse y a perdonarse, hay sadismo en sus juegos, supongo que están aprendiendo lo que les espera. Las relaciones de poder entre ellos son una caricatura horrible de las de los adultos.
Encontré una pluma de pavo que al principio creí que era de abubilla al ser rayada. Jodhpur tendría que haber sido aquella ciudad  donde juegan al ajedrez ajenos a todo (en la película de Ray que quizás es la que menos me gusta de todas las que vi de el) pues aquí se puede ver a gente jugando a las cartas o al ajedrez desde muy temprano hasta las tantas de la noche, aprovechando la sombra de los pipales, de los banianos, o la gran sombra refrescante de los neem. Muchos musulmanes con las barbas o el pelo teñidos de henna y también muchos con el chichón o callo en la frente que delata su ortodoxia y su piedad.
   Estuve tomando un té en la puerta del mercado, donde hay una bella torre con un reloj y por eso se le llama Ganthakar, había un chico en una de esas sillas de tres ruedas que usan aquí los impedidos, su cara despierta me despisto tanto que tarde mucho en percibir la silla de ruedas creí que era un tío normal y eso que la silla es bien grande. Y un hombre vestido de beis con los pies delicados como los de un niño y un turbante de cuadros que solo había visto así anudado en las miniaturas. Con el bulto a un lado de la cabeza y la frente plana. Un mendigo se acerca al pequeño templo rodeado de peluquerías y otras tenduchas que esta en el medio de la calle y "toca", hace sonar agitándolo, el candado de la puerta para llamar al dios (Shiva), se descalza  y reza, lo hacen muchos, le rezan a sus medios de trabajo, a sus herramientas, rezan en el dintel de la puerta antes de entrar, etc. Dos tipos de arañas se pasean por mi brazo una minúscula de color ámbar que suelta enseguida un hilo largo y fuerte cuando la intento bajar y otra que parece haberse disfrazado de mosca y esta al acecho.
   Leo que los libros 3 y 7 del Rig Veda, el más antiguo de los Veda, son de dos familias de sabios, Vishvamitra y Vasistha y los himnos están llenos de insultos y acusaciones de unos a otros, todavía hoy en día los descendientes de esas dos familias, 6000 años después siguen sin poder casarse entre ellos.
Hoy debe ser el día critico para el concurso, si es que es un concurso pues a lo mejor es solo una feria de animales, de machos cabríos que se desarrolla estos días al lado del parque. Pasé ahora por allí y me encantó ver a los aldeanos, musulmanes todos creo, ya encendidas las fogatas preparando chapatis y dal. Les encanta que los fotografíen así que me harte de hacer unas fotos de bellos campesinos con sus mejores sementales. Algunos de los machos cabríos eran enormes y las relaciones de sus dueños con ellos de una ternura y una familiaridad conmovedoras. Dos pavos reales en el parque a mi lado mientras leo, uno esta cojo, pero se desenvuelve bien, las cosas imperfectas son perfectas.
Hoy me divertía observando las tiendas de los cambistas, esa profesión que yo ya no recuerdo en España, que ganaran dando cambio de billetes viejos y esos tráficos que hacen? Hay bastantes así que debe ser lucrativa.
Por la noche me acerco al lugar del barrio donde a casta de los cesteros tiene montado un local con despliegue de luces y una figura de Durga y le bailan la danza de los palillos (que también existe en España pues yo la bailé de niño pero sin la maestría que veo aqui0 y que creo que ellos asocian con Gujarat. Como el juego del "pateiro" al que jugábamos de niños en mi pueblo con dos palos uno largo y otro corto afilado en sus extremos que se ponía en el suelo,  veo  como los niños cada día en el parque juegan con las mismas reglas, exactamente igual. 
Me despido con uno de esos poemas tamiles que me gusta traducir. Es de una mujer, Awaiyar, normalmente aunque hablan mujeres los escriben los hombres.

                 Sentí ganas de levantarme
                 y romperlo todo, 
                 golpear y romper mi cabeza.
                 Gritar a todo pulmón
                 como si me volviese loca.
                 La brisa fresca de la noche
                 alimenta mi ansia de amor
                 pero este pueblo rudo
                 duerme plácidamente.

Y éste de un hombre

               Acaricio tiernamente
               tus flotantes cabellos
               e hizo su promesa:

               Amada
               cuando seas adulta
               adornaras mi casa.

               Vino de las montañas 
               donde el cazador que excava en busca de raíces
               encuentra a veces una piedra preciosa.
               No sé amiga
               dónde esta ahora.

                       (lo que le dijo la amiga a la joven mientras podían oír sus padres)

Y uno de Srinatha con el que te he estado bombardeando en las últimas cartas. El tono es totalmente distinto, un poeta cortesano infinitamente sofisticado.

             Es como una apsara del cielo, una mujer sin casta.
             Un festín para los ojos, una enredadera en flor.
             Su pelo es negro como la nube más oscura.
             Doblegando el deseo. Con andar grácil
             fluyendo como el otoño, con los ojos brillantes
             como una flor recién abierta. Es como una escultura o una pintura
             que no debe ser tocada. Una profusión innumerable 
             de flores en primavera.
             Dios la hizo en su mente y la situó
             en una casta de intocables.
             Si la hubiese tocado con sus manos
             la habría ajado.
             Es más suave que una flor.

   Es parte de un poema en el que un brahmán absolutamente maleado, pues roba, bebe, juega y hace todo tipo de crímenes (hasta acostarse con sus hijas) se enamora de una intocable y luego ella muere (las hijas eran de ella) y el se acaba salvando
a pesar de sus crímenes porque asistió una noche en vela a la festividad de Shiva.
No voy a hablarte de lo que te espera, ya lo hice, el mundo es bello y doloroso. Compartámoslo un poco más.
Un beso.

domingo, 14 de octubre de 2012

Nubes


Foto: I.N., Nubes y chimenea, ayer por la tarde, 2012
Llevo tanto tiempo viviendo prisionera en un cuerpo convertido en una jaula dolorosa que me cuesta creer que podré salir de él, y sin embargo, sarinagara, todas mis esperanzas se centran en una intervención para la que siguen sin darme fecha, y pasan los días y yo contemplo el cielo: de día registro los cambios de las nubes con fotografías, de noche sólo me quedo estupefacta ante la interpelación de las estrellas. Una poeta y escritora que me encanta, Isabel Mercadé, aunque se prodigue menos de lo que algunos quisiéramos, publicaba hace poco un poema como una oración, titulado "Arrancando belleza"

Un poco de belleza
no resignarse
arrancarla
bajo los andamios
o sobre el ruido
danos un poco
                                     Dios
entre el miedo y la sombra
y la luz.


A mí, esa plegaria me fue concedida, tal vez porque, de pequeña, aprendí a buscar en el paisaje lo que me faltaba en mi vida, la hospitalidad que no tenía. Sentía que los pájaros cantaban para mí y atribuía a aquella esplendorosa belleza que entonces me rodeaba promesas de felicidad futura, mensajes del universo de que había algo más para mí en el mundo, otro lugar (y era verdad, o lo fue, quién sabe).
Ante mi malaise, he recuperado la visión de ese espectáculo que, según escribía Virginia Woolf en On Being Ill, la Naturaleza despliega aunque no la miremos y a veces sólo los enfermos tienen el privilegio de contemplar. Eso no significa que no sienta a momentos furia y desesperación, cuando no ataques de melancolía, como ayer por la tarde, cuando volví a empeorar después de dos días de franca mejora, y en esos momentos, mientras además resisto que no me den fecha para la operación y pasen las semanas, no soporto que algunos, que me preguntan cuándo me operan, ante mi respuesta de que no lo sé, me aconsejen "paciencia". Esa palabra venenosa, aunque sea bienintencionada, con su aire de suficiencia monacal, me exaspera. ¿Qué creen que he ejercido desde abril hasta ahora? ¿Acaso saben si ellos resistirían con paciencia vivir sin poder dormir noches enteras durante meses, sin poder respirar hondo, ni andar, ni entregarse apenas a ningún goce físico, intentando olvidar el cuerpo que me aprisiona para poder leer, escribir o soñar, sin poder viajar ni bañarse en el mar ni adentrarse en un bosque, añorando la vieja relación con el propio cuerpo? Me gustan los amigos que me dicen: "qué putada", "es una pesadilla", no te preocupes, verás cómo pronto se acaba", "conozco a tal que se recuperó de lo mismo" o simplemente procuran hablarme de libros y escritura, música y cine, y escuchan mis quejas con un empático silencio. Pero a aquellos que me escriben "paciencia" no los comprendo, aunque sé que tienen buena intención y que es casi algo aprendido, y yo no pueda evitar que me suene tan despiadadamente católico.
Vi una película que me encantó, Les amants réguliers de Philippe Garrel, me la prestó un amigo cineasta a quien mis cuentos más "políticos" ("El día en que mataron a Puig Antich" y "El día que murió Franco") le habían recordado a ella. No había visto yo nunca tan bien contado no sólo el espíritu rebelde del 68 (yo sólo conocí el de los setenta y fu), sino esa mezcla de vitalidad, deseo, rebelión y melancolía de los jóvenes, que aún en su desesperación se muestran con toda esa belleza y energía física desbordante, de la que no son conscientes, y la gestualidad de esos actores es magnífica, y ese París blanco y negro y esas asociaciones a la pintura y la poesía, a la tradición romántica encajada en su contemporaneidad, y los tiempos reales de la espera, en las barricadas, a diferencia de las tramposas narrativas de acción de las películas estándard, y los silencios y la música, todo eso sigue aún conmigo. 
Me hizo gracia que alguien me "acusara" de falta de romanticismo o de emociones en mis cuentos, como si hubiera algo despiadado en Algunos hombres... y otras mujeres, aunque no dijo que le desagradara. Por cierto que le envié a ese alguien el primer capítulo grabado en audio de mi novela, la que está a la espera de salir, y al verlo en el email enviado volví a escucharlo: aunque estaba leído a toda velocidad, al acabar pensé que había algo poderoso en mi escritura de esa historia, me acordé de las opiniones de mis interlocutores y me fui a dormir contenta pese a mis miserias.
J. sigue trayéndome más suplementos literarios extranjeros de los que me da tiempo a leer y además de un luminoso especial Queneau en el Magazine Littéraire, anoche leía en Le Monde des livres un artículo sobre la biografía del cineasta Renoir que descubría tal vez demasiado sus flaquezas, o eso me pareció a mí, pero que sentí curiosidad por leer. 
Leo para La Vanguardia dos Julien Green y un Baudelaire. He tenido que abandonar por ellos a Segimon Serrallonga, el Barcelona de Josep Pla y tantas otras cosas empezadas (unos cuentos de Ingeborg Bachmann) que me traían los amigos o me mandaban editores, incluyendo un Laocoonte salvaje de J. Ribalda que sobre todo me dio ganas  de buscar Luces y sombras del flamenco, de Colita y Caballero Bonald.
Gracias a Itziar González Virós, que vino a traérmelo, pude leer la magnífica "restauración" que esa valerosa y culta arquitecta-restauradora ha hecho con el Barcelona Pam a pam de Alexandre Cirici Pellicer (a quien tanto admiré y cuya figura aquí insólita y heterodoxa, de defensor apasionado del patrimonio y a la vez pionero impulsor de las vanguardias, con su erudita cultura visual y sus excentricidades (arquitecto aunque no quisieran darle el título, historiador del arte, escritor, ilustrador de los diccionarios de latín, diseñador de los cabezudos de la Mercè, publicista moderno, etc), añadiéndole el Per no perdre peu, que es una mirada crítica y a la vez ecuánime e inteligente sobre la ciudad, con la misma pasión barcelonesa de Cirici. Una gozada. Hay que correr a comprárselo, si uno aprecia esta pobre y maltratada ciudad. Itziar González Virós es alguien que yo siempre quise conocer, porque en este país y en esta ciudad hacen mucha falta personajes como ella. Verla fue una alegría, no sólo porque me considera heredera del espíritu de Cirici (esa idea me encantó, ojalá que así fuese) y porque quiso traerme el libro personalmente y me escribió una dedicatoria generosa, sino porque además, su personalidad va mucho más allá de todo lo que ha hecho y está llena de matices insospechados y capaces de iluminar una tarde, ahora que anochece tan deprisa.
Esta mañana, en el intervalo de melancolía que me quedaba como resaca de ayer, ha venido J. y ha tenido que escuchar mi desesperación y se le ha ocurrido hablarme de Rufus, de cómo me ha acompañado en esta época de enfermedad... Y yo he pensado en cómo su compañía ha hecho todo mucho más suave y lleno de belleza (por mi plegaria atendida, porque aprendí a buscarla para escapar del dolor), con sus ronroneos y su proximidad empática, con esa independencia de los gatos, que no exigen atención porque ven lo invisible y están siempre pendientes de otras cosas (a veces Rufus duerme en la habitación de invitados de cara al espejo, como si su imagen le acompañara, pero viene enseguida a reunirse conmigo cuando me oye levantarme en mitad de la noche). Y a veces, llora suavemente porque no puede reunirse con la preciosa gatita del piso de arriba, que se asoma a mirarle desde sus dos terrazas, e intenta escaparse escaleras arriba cuando abro, para maullar a la puerta de encima. "¿Pero no está operado?" me preguntó alguien. "Sí", le contesté yo, "pero es un gato romántico". Por cierto, que hace unos días descubrí que una inteligente y preciosa lagartija vive oculta entre unas tablas en la terracita sur, justamente la que más frecuenta Rufus. Ojalá nunca la encuentre.