martes, 12 de junio de 2012

El cielo


Foto: I.N. El cielo, ahora, 2012
En estos días de malaise, tantas veces me encuentro simplemente mirando el cielo, escuchando cómo el mirlo canta a las cinco, mirando pasar las nubes, identificando una luz que me recuerda antiguos veranos -yo en bici por el paseo marítimo de un lugar que entonces era bonito, con una playa inmensa de arena finísima que no se podía atravesar descalza para llegar a la orilla, porque ardía-, o soñando con recobrar mi cuerpo y mi energía de antes, mi salud, leyendo, leyendo y dormitando y cogiendo el teléfono a los amigos que preguntan, ofrecen, me proponen visitas. Y me acuerdo de On Being Ill de Virginia Woolf, y su idea de que el espectáculo de la naturaleza se despliega aunque no lo miremos, o aunque sólo lo contemplen los enfermos.
Ahora leo El argumento de la obra, la correspondencia de Jaime Gil de Biedma magníficamente editada por A. Jaume, y me hace muchísima compañía y me resulta apasionante, salvo una frase que se ha quedado temblando en mi mente, una frase escrita en Manila que me dio escalofríos. Antes leí, y fue ese el libro que me permitió salir de mis miserias y volver a la lectura, Yo, ellas y el otro, de Gonzalo Suárez, que enseguida atrajo y absorbió toda mi atención, con esa combinación maravillosa de libertad total, absurdo, delirio, ritmo de thriller trepidante, melancólica ironía del fracaso y carga vital y humana que es el sello de Gonzalo Suárez. También leí El pequeño salvaje de T.C. Boyle traducido impecablemente por J.S. Cárdenas para Impedimenta (y yo, que he sido traductora de T.C. Boyle, puedo decirlo), es una versión probablemente más fiel y muchísimo más dura de la historia que inspiró aquel maravilloso Enfant sauvage de Truffaut, sólo que aquí mucho más desesperanzado y eso sí, luminosamente escrito por T.C. Boyle (transparente su mejor estilo en la versión de Cárdenas).
Acabé al fin A Russian Childhood de Sofya Kovalevskaya, que es una maravilla de libro y que había abandonado por otros hacía meses. También he leído los poemas de Perto Peña, A pesar de las mareas insistentes; hay dos clases de poemas en ese libro y una de ellas, la de los poemas realistas, mucho más sobrios, despojados y contemporáneos, me ha entusiasmado. Algunos de esos poemas vuelven a la mente como las mariposas nocturnas a la luz y ese es un indicio importante. Es un libro luminoso y merecería circular...
Los libros me consuelan y acompañan, como Rufus, que duerme junto a mí, se ovilla y desovilla, toma el fresco o el sol en la terraza y pide sus raciones de caricias y comida. No tengo fuerzas para escribir.
En los peores momentos, las interrogaciones son dolorosas, pero no todo tiene sentido. Yo sigo disciplinadamente todo lo que me dicen que haga, en la medida de lo posible.
Dice el médico que me curaré, que tenga paciencia, que iré mejorando y reforzándome. Los huesos se me clavan al echarme y hay unas horas de la noche en las que no puedo estar en ninguna postura. Tuve que anular una sesión de mi curso que me hacía mucha ilusión, pero confío en poder retomarla. Mis alumnos me escriben afectuosos y comprensivos. 
Una amiga viene a cocinar o a traerme comida, otra se ofrece a traerme pescado y cocinarlo aquí, siguiendo las instrucciones estrictas de mi dieta fortalecedora, J. es quien me cuida, se ha vuelto insustituible y nunca me olvidaré de lo que hace por mí, sería imposible no conmoverse. Hay algo, una especie de costra de cemento que cae con el dolor, una cierta humildad, es difícil definirlo, algo que rompe viejas barreras y permite comprender de una forma directa. Lo que importa resitúa y ordena todo lo demás. A. se ha ocupado de encontrarme una cama articulada, que llegará pronto. Digo que no a todas las ofertas de traducción (podría hacer reseñas, pero no traducir), y sueño con volver a la vida de antes, al cuerpo de antes, a esa felicidad de poder andar y bailar y respirar sin dolor, esa felicidad energética que siempre he tenido. No escribo más. Se está levantando un viento gris y violento. Es un esfuerzo sentarme aquí y he tenido que reunir todas mis fuerzas en este día lánguido. Ha caído el silencio, tras las grúas y los feos cánticos de junio del colegio de al lado, y otra vez, como de madrugada, se oyen los pájaros, miro las nubes, sueño.

10 comentarios:

Anne-Hélène dijo...

No sé por qué en la vida tantas veces hay que tener tanta y tanta paciencia. A ella, la vida, no le importa, claro, es normal: tiene tanto tiempo por delante y por todas partes que ni siquiera se diferencia de él; pero a nosotros, que tenemos de ella -y de él- una visión tan diminuta, a veces se nos hace difícil de soportar. Pero da gusto ver que tú los soportas a ambos de la mejor manera, viendo la belleza de las nubes, viendo dentro de ti la de la arena suave y ardiente, viendo la belleza de la amistad y del amor de los que te cuidan, de las lecturas que te dan hambre de más lecturas, la belleza de tu gato chamán, la del canto de los pájaros que puede más que los chirridos de las grúas... Y tú lo lo sabes: la belleza cura.

Luz Rodríguez (Luz Caviria) dijo...

Soy una lectora silenciosa de tu blog y en breve lo seré de tus libros. Suelo querer decirte tantas cosas que nunca me decido a depurar, a seleccionar lo más relevante. Tiene que haber una primera vez, así que, al calor inmediato de tu último post, te diré que siento que sea tu malaise lo que te haya puesto tan deliciosamente contemplativa y te expreso -así,solemnemente, como lo haría un morador de sombras bajo las ramas de un azufaifo- mi gratitud y mi admiración por tu blog.
Luz Caviria

Anónimo dijo...

No sé por qué a veces hay que tener tanta paciencia en la vida, durante tanto y tanto tiempo. A la vida le da igual, claro, ella tiene todo el tiempo del mundo por delante y por todas partes, hasta el punto de que no se distingue de él. Pero para nosotros, con nuestra visión diminuta que para todo necesita referencias, hay cosas que se hacen tan duras como duraderas, que no entendemos, como la mosca no entiende el cristal de la botella en que se ha metido y sólo dejando de agitarse enloquecida logra salir... No tienes nada de una mosca, si acaso destellos dorados de libélula y tú sí sabes que el cristal no tiene más sentido que el de ser lo que es y sí sabes salir de esa prisión, porque sabes ver la belleza en el canto del mirlo que se impone al chirrido de las grúas cuando viene a verte, en el deambular de las nubes, en los recuerdos soleados de feliz libertad, en la arena suave y ardiente, en la amistad y el amor de los que te rodean y te cuidan, en las lecturas que te dan hambre de siempre más lecturas, en tu dulce gato chamán. Y también sabes que la belleza cura.

Espero que a estas horas estés durmiendo plácidamente y que mañana te encuentres mejor, y así mejor cada día.

Un beso fuerte,

Anne-Hélène

Belnu dijo...

Gracias, Luz

Belnu dijo...

Gracias, Anne-Hélène, lo describes tan bien!

lola dijo...

Te pondrás buena Isabel, yo lo sé. Mientras tanto piensa que estoy bajo tu terraza barriendo piñas o el fruto del ciprés. Las cotorras han tomado a la fuerza a mis viejos y desmochados cipreses, en su campaña de ayuda a los alcaldes de BCN de matar árboles y como son tan malas como los del PP, de apropian de lo ajeno, a "cachitos". en el interregno, vuelven sus pacíficos y dulces habitantes, los mirlos con sus "piares" melodiosos. Te dedico esta cursilada mirlera para que te sonrías.

Belnu dijo...

Gracias, Lola! También yo las oigo chillar (a esas cotorras) y deseo que algo las ahuyente y dejen espacio a mirlos y urracas, y contemplo las copas de tus cipreses, que a veces se cimbrean con el viento. Ojalá sea como dices y me cure de una vez! Más gracias!

Anna dijo...

He visto los preciosos y justísimos comentarios que han hecho a tu última entrada Luz Caviria y Anne-Hélène. ¡Ojalá te hayan alegrado! Yo, me parece que no sé expresarte cómo me conmovió “El cielo”. Tendría que hacer mío el lenguaje con que está hecho este texto tuyo para poder decirte mi emoción, porque, para decírtela, necesitaría poder sugerir la gravidez y la poesía de esa mirada que acabas de regalarnos; esa de la que eres a la vez origen y objeto, y que está hecha de fuerza y abandono. Esa mirada me ha impresionado más de lo que sé decir. El cielo que ves y nos das a ver desde esa ventana se alía con una palabra que es a la vez tu voz y tu cuerpo, tenacidad y precariedad, apego a lo real y sublimación de la memoria, filtro erudito e inocencia primigenia, imagen restallante y simplicidad extrema.

Me ha gustado mucho, Isabel. Creo que más que ninguno de tus textos. A lo mejor porque me ha parecido más sincero e íntimo que cualquier otro y, paradójicamente, también más –mucho más- universal; como si al dejarte ver pequeñita y frágil y sin artificio alguno hubieses creado al mismo tiempo una intimidad acentuada con aquellos a quienes te diriges y un lenguaje universal del dolor y de la nostalgia de la vida sin dolor en el que tu propia experiencia se trasciende a sí misma y a todas las fronteras que pretenden separar artificialmente lo inseparable.

Y estoy segura de que tienes razón, sí : “hay algo, una especie de costra de cemento que cae con el dolor, una cierta humildad, es difícil definirlo, algo que rompe viejas barreras y permite comprender de una forma directa”. Me has recordado unos versos de Philippe Jaccottet:
La nuit n’est pas ce que l’on croit, revers du feu,
chute du jour et négation de la lumière,
mais subterfuge fait pour nous ouvrir les yeux
sur ce qui reste irrévélé tant qu’on l’éclaire

Belnu dijo...

Gracias, Anna! Como siempre, es tan bonito lo que dices de mi escritura... Yo no creo que sea mi mejor texto, pero sí coincido contigo en que el dolor me ha transportado a veces a otro lugar de la escritura y eso está ahí, como también allí

http://isabelnunez-zbelnu.blogspot.com.es/2011/02/alli.html

o en el misterio
http://isabelnunez-zbelnu.blogspot.com.es/2010/07/el-misterio.html

o en otros escritos míos. Pero mil gracias por traducir en palabras tan maravillosamente tus impresiones de exigente y sabia lectora

Belnu dijo...

Y qué estupendos los versos de Ph. Jacottet!