lunes, 8 de diciembre de 2008

Enclaustrada


Foto: I.N., Jardines del Palacio de Invierno, San Petersburgo, 2005
Llevo tres días encerrada monásticamente (aunque sin maitines ni otros rezos), y con algunas llamadas y mensajes de amigos, ya que por las noches me posee la tos, ese extraño espasmo violento con el que el cuerpo intenta en vano expulsar pequeñísimas sustancias que no vale la pena nombrar. El ruido y las sacudidas son exageradas, el cuerpo tiembla y se agota en el esfuerzo, sudo, y todo me parece tan exagerado e inútil, ¿por qué no habrá otro método mejor y más rápido de eliminar lo que sea? Me pone de mal humor y me extenúa.
Eso sí, la gripe me da sueños. Hoy he soñado con H y estaba tan sonriente como antes, libre y sin acusaciones. Ayer soñé que G. tenía un piso en mi antigua casa de la calle Herzegovina y el mosaico estaba precioso y las puertas de cristal esmerilado, y la antigua portera, que ya debió de morir, asentía en el sueño al verme con una sonrisa significativa, en vez de hablar a gritos como hacía en la realidad. Al G. real le pareció un buen augurio que él pudiera tener un piso, aunque fuese en mis sueños. También soñé que hablaba con mi antigua psicoanalista y la conversación era emocionante y esclarecedora, ¿o era la Gina de In Treatment? La verdad es que las dos tienen algo que ver o sólo es que la tal Gina es la única que se porta como una psicoanalista real en esa serie.
Hoy ya tenía que estar recuperada e iba a unirme a Tigridia en expedición pictórica (si quedáramos, tendrías que traer el estetoscopio, le he dicho, ya que ¿cómo evitar esa relación si una de las dos está enferma y la otra es médica?), seguiré aquí, con estos cielos grises recortados por todas las ventanas y la casa derivando peligrosamente hacia el caos, ya que los lunes es el día en que vienen a limpiarla y hoy es fiesta, una palabra que no me acaba de cuadrar, y nadie vendrá a poner orden.
Ayer corregí un cuento ajeno y luego una traducción de una historia hechizante en la que colaboro por razones míticas de apellido y pasiones otras y no sé si estoy autorizada para hablar de eso aquí; antes tengo que consultar a la Belle Hélène.
En el Babelia encontré una interesante reseña de Álvaro Pombo sobre el para mí casi desconocido Ernesto Calabuig; y una justa alusión al trabajo pionero de Alba editorial buscando clásicos y rarezas (por cierto que uno de esos pequeños editores que ahora publican exclusivamente clásicos nos confesó sin rubor que así no tenían que leer manuscritos ni valorarlos; no es el caso de Alba, donde me consta que sí leen y corrigen con atención), y luego leí un artículo sobre una biografía de Einstein. Aunque simpatizo con esa sensación dolorida del reseñista científico de que la ciencia sea tantas veces ninguneada en esos libros (y recuerdo a mi sobrina científica contándome que cuando en las fiestas le preguntaban "qué estudias?" y contestaba "Físicas", los chicos salían huyendo, hasta consideró la opción de mentir; no sé qué ocurrió cuando pasó a Matemáticas), no comprendo que para él, lector de varias biografías de Einstein, sea aún un modelo ético alguien que escribió aquellas cartas sádicas a su mujer, también científica y con muy baja estima, a juzgar por lo se dejó hacer, su esclava según el tono de desdén, repulsión y tiranía que esas cartas muestran. Mi conclusión es que en el fondo no estamos tan lejos de esos imanes que proponen castigos brutales a las mujeres, ya que, por lo visto, la ética personal de un científico no desmerece si su víctima es una mujer. (Nada de lo humano le era ajeno: pero claro, algunos no consideran humanas a las mujeres). Otra cuestión es la enfermedad mental que llevó a una mujer culta y brillante en su carrera a sacrificarse y aceptar ese maltrato y esos abusos sin alejarse, incluso colaborando invisiblemente con él. Y la otra cuestión es que tal vez yo soñé esa correspondencia y el largo artículo que leí sobre ella. En cuanto a la reseña de otro libro de Grossman, me desconcierta que alguien pueda parecerse a Chéjov en su narrativa siendo ensayístico y llenándola de quejas morales. Pero tal vez todas estas percepciones mías sean sólo producto de esa convulsión de nombre corto, que afecta a mi percepción de las cosas, así que por favor, pónganlas en interrogación, no me hagan mucho caso hoy.
He leído con retraso el estupendo y cómicamente melancólico artículo de VM, que a mí, sumida en el mal humor de la tos y la conciencia imperfecta debida al encierro y la debilidad, me ha parecido más triste de lo que seguramente es, y otros se reirán simplemente, sin confundir la ficción con lo real, ¿pero qué es lo real? ¿Existe fuera de nuestras ficciones? ¿Existimos nosotros o sólo somos verdad cuando sentimos? ¿o cuando tosemos? Me pregunto si esa tos me hará comportarme como ese exótico y primitivo animal marino que vomitaba sus vísceras para desconcertar a potenciales depredadores.
Confieso que he salido, no sólo a comprar kiwis y naranjas, sino también a pisar y admirar la hojarasca que G. me ha anunciado en un sms, diciendo "com quan eres petita". Y es que G. recordaba mi comentario sobre el paseo de la Bonanova de cuando yo iba al colegio, que en otoño se convertía en una alfombra de hojarasca por los jardines de las torres que ya no existen. Con la tos, no me he atrevido ir a la húmeda y frondosa Tamarita y la visión del horror que han hecho con la pobre Vil·la Florida me ha malhumorado más (yo pensaba en el jardincillo frondoso de la LiteraturHaus en Berlín, por poner un ejemplo modesto, y en los jardines de Luxemburgo). Qué bonita era Vil·la Florida (o Sivilla) y su jardín -¡entonces era un jardín!- cuando la habitaban gatos y okupas... Pero ni al PSC ni a los falsos Verds les gusta la frondosidad ni la calma ni el patrimonio arquitectónico. Han destrozado la casa con su mal gusto y un suelo que remueve las tripas, han destruido la fuente romántica y han talado el 75% de árboles para hacer un parking (eso sí les gusta) y descubrir la fea arquitectura mediocre de esa parte de Muntaner, Bisbe Sivilla (por lo visto el obispo nunca existió, se debe a un error de alguien) y Sant Gervasi de Cassoles, calles más feas cada día que pasa y sin cada casita que tiran. Por suerte, en ese parquecillo sin nombre que hay entre la parte baja de Mandri y Ganduxer, donde G de pequeño se cayó peligrosamente del tobogán, los árboles habían sembrado el suelo de tierra de unas hojas gigantescas y elegantes, que me han reconciliado conmigo.
Para consolarme más aún, he robado más tiempo a mi conferencia de Eberhardt leyendo un cuento estupendo, bastante jamesiano, de Constance Fennimore Woolson (quien fue, dicen, más que amiga de Henry James), que ahora mismo acabaré, burlándome de los horarios, lo cual es un privilegio de mi encierro y de la fuga de G. El cuento, "La calle del Jacinto" encabeza una magnífica antología sobre mujeres victorianas editada por Marta Salís, publicada por Alba y titulada Cuando se abrió la puerta. Cuentos de la nueva mujer (1882-1914). Ideal para días así, ya que yo no suelo arrastrar libros de tapas duras y voluminosos cuando voy por ahí. En el cuento, un desconocido le dice a una americana recién instalada en Roma con su madre, y materialmente pobre, que espera que estén contentas de su apartamento, a lo cual la joven da una respuesta que me ha hecho pensar en nuestra envilecida y expuesta forma de vida:
"Lo soportamos porque no hay otro remedio, ya que no parece que haya otra forma de vivir en Roma. La idea de tener solamente un piso de una casa, y no toda la casa a su disposición se le hace muy desagradable a mi madre. Y con tantas familias aquí abajo (tenemos a un relojero, una modista, un grabador, un vendedor de estampas y un zapatero) y una sola escalera, debo confesar que esto me parece atrozmente público.
- Tiene que pensar en la escalera como si fuera una calle," le contesta el desconocido.

4 comentarios:

nomesploraria dijo...

Si jo em trobés a la teva neboda no fugiria pas, valga'm deu, ans el contrari.


(Ja l'has manllevat?)

Belnu dijo...

Ans al contrari, no he manllevat res!

Anónimo dijo...

Alguien dijo que manejar los sueños era más fácil que manejar la vida.
Aunque yo más bien creo que la ciencia ha tenido parte de culpa en su mejor difusión, y que parecido caso adolece el arte o la música clásica, por ejemplo. No hace falta ser un entendido en ciencia, arte, literatura, para acercarse a ella, y este hecho lo demuestra la gran cantidad de público que acude a exposiciones de todo tipo. Pienso que la ciencia tendría que utilizar, cosa que va haciendo poco a poco, un lenguaje más cotidiano. Un diálogo más cercano. Y también es verdad que no siempre ética acompaña a ciencia, como sabemos.
Espero que el conocimiento del manifiesto, y de la protesta ciudadana, ante algo con lo que no está de acuerdo, de sus frutos, y que haga rectificar los proyectos que no son sostenibles en el tiempo y que borran algo que debería conservarse, el paisaje urbano.
iluminaciones.

Belnu dijo...

Ojalá sea como dices, Iluminaciones! No hace falta saber para al menos preguntarse, asombrarse, mirar, y eso es lo que la ciencia, como el arte, pueden enseñar, ese acercamiento ue cualquiera puede hacer, desde su posición