miércoles, 3 de enero de 2007

De nombres y librerías

Mi prima V quiso comprar mi libro para regalarlo en Navidad en mi librería preferida, tal vez la única donde aún lo tienen expuesto en la mesa de novedades, pero una de las chicas que atienden le dijo que no lo tenían, aunque estaba allí, a dos o tres metros de distancia, junto a una escalera. En realidad, cuando reservo o pido un libro, nunca encuentran mi nombre en el ordenador, aunque compro allí dos veces por semana desde que abrieron y he pedido y recibido montones de libros. Suelen preguntarme si vivo en Montigalà y luego recitan los nombres de todas mis hermanas, alguna de las cuales apenas habrá pasado por allí una vez en su vida, puesto que no vive en la ciudad desde hace años. Al fin prometen que no volverá a ocurrir, pero el proceso se repite indefinidamente. Uno de esos días en que empezaba a desesperar e imaginar vagas conspiraciones informáticas con la eñe y el acento de mi pobre apellido, oí a un estudiante que pedía a una de esas atolondradas libreras: Vida de Milarepa, pidió. ¿Mila-qué? preguntó la chica, que nada sabía de maestros budistas. No lo encontró. Pero la cosa no acabó así. El estudiante, que al parecer intentaba cuidar su vida espiritual, preguntó entonces por los Cantos de Ezra Pound y la joven librera le hizo repetir el nombre varias veces. Un hombre mayor que esperaba a mi lado, argentino y canoso, vio mi expresión horrorizada. "No hay nada que hacer", me dijo sonriendo, "Ya nadie sabe nada." Una vez coincidí con Sami Nair en la recepción de Random House Mondadori. Una de las recepcionistas le estaba haciendo pasar un mal rato preguntándole y entendiendo mal su nombre. No pude evitar inmiscuirme: "De nada sirve ser famoso aquí", le dije. Y se echó a reír también.

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