domingo, 22 de julio de 2012

Pronto me iré al bosque



Ilustración: Arthur Rackham, She Went Along and Went Along and Went Along.
Y mientras sigo sin saber de qué quiero escribir porque siempre que pienso en escribir aparece A en mi mente y pienso en el principio de todo y en cómo yo la cuidaba y cómo intentaba ingenuamente corregir lo que me parecía una dirección peligrosa en su vida, como si eso fuera posible, como si alguien supiera, como si yo misma no llevara una dirección equivocada en aquellos años locos. Y todo eso vuelve, imágenes de la infancia, mi viejo impulso de materner con ella para compensar que nadie me acunaba a mí, en un gesto compensatorio algo triste, y la relación desigual que eso creó, y su frase hace muy poco de que yo había sido su segunda madre, y la idea de ir a verla antes de salir hacia el bosque, que ha vuelto a bloquearme físicamente en mi lento progreso.
Anteayer soñé que D. me denunciaba a la policía (no sé cuál era mi delito, pero me arriesgaba a ir a la cárcel) y luego aparecía y me hablaba como si nada y yo le decía que no volviera a acercarse a mí. Luego soñé que iba a un supermercado y me compraba quesos, algo  que ahora me está prohibido. Tal vez, desde que el hombre que escucha me dio la clave para comprender por qué en casi todos mis sueños de estos últimos días yo comía huevos con patatas, los he sustituido por otros alimentos...
He estado alternando Contre Sainte-Beuve (Proust me dio de nuevo una pista para explicarme la extrema subjetividad a veces intransferible de mis gustos estéticos) con esos ensayos, prólogos y conferencias de Richard Ford (al que traduje años ha) sobre la escritura y la lectura que Herralde le ha propuesto unir en Flores entre las grietas. Y también el Libro de maravillas de Nathaniel Hawthorne (muy bien editado por Acantilado y bien traducido por Marcelo Cohen, lástima que no hayan impreso mejor las maravillosas ilustraciones de Arthur Rackham, mi dibujante favorito de cuentos, que se pierden y empastan en un gris indistinto). En el prólogo, Hawthorne, que en el libro cuenta mitos clásicos a los niños, dice algo para mí esencial: "Al llevar a cabo esta placentera tarea (...), el autor no siempre consideró necesario rebajar el nivel para facilitar la comprensión de los niños. En general ha permitido que el tema se elevara, cada vez que a eso tendía y cuando él mismo tenía el suficiente aliento para seguirlo sin esfuerzo. En imaginación y sentimiento, los niños tienen una enorme sensibilidad para todo lo profundo o lo elevado, mientras también sea sencillo. Lo único que les desconcierta es lo artificioso y lo complejo." Es la idea contraria al mundo editorial infantil actual de este país. Cuando yo era pequeña leíamos cuentos con tres o cuatro páginas de texto y una ilustración, con su pie de foto a veces rimado. Yo le leí a G. algunos de esos mismos libros y a G. le encantaban (Llegeix-me aquell que les ogresses s'arrujaven al pou") Los textos estaban llenos de palabras desconocidas, que aprendíamos asociándolas a aquel contexto hechizado y quedaban para siempre impregnadas del hechizo de la narración. Ya lo he dicho aquí alguna vez. Para mí, la palabra frondoso no era simplemente leafy, hojoso, sino que iba unida a bosques umbríos y misteriosos donde acechaban secretos y seres inquietantes o simplemente mágicos. Esa ilusión por descubrir palabras asociándolas a una narrativa me llevaría tiempo más tarde a leer en francés, en inglés y en italiano, pues así siempre aparecían esas palabras nuevas imbricadas en un texto maravilloso. Por ejemplo, Dickens. Ahora, en este cada vez más zafio país, se publican cuentos para niños tontos, sin apenas letra, o con pocas palabras y muy didácticas y de bajo nivel, y cuando yo quise publicar un cuento para niños, en las editoriales me decían "pero es que esto hay que leerlo", "hoy día los padres no tienen tiempo de leer a sus hijos", "los niños no entenderán", etc. Una idea falsa que sólo sirve para reducirlos. Françoise Dolto decía que un niño es tan inteligente como un adulto (incluso con más neuronas), sólo le falta el bagaje de la experiencia. Por eso ella sostenía que había que hablar a los bebés, que comprendían los tonos emocionales de la voz, etc. Además, cuántos niños muy despiertos, solitarios o soñadores han descubierto la lectura en hogares casi analfabetos, o leyendo un único libro, o soñando con las estrellas como aquel hijo de panaderos de Lleida que luego sería premio Nobel. O leyendo los prospectos de medicamentos a sus tías analfabetas, como aquel poeta del Bierzo que desde el principio identificó la escritura con la curación. En cambio, en este proceso de idiotización y burramia, muchas editoriales se han puesto a publicar libros ilustrados, pero no de cuentos infantiles, como estos de Hawthorne, y no reproduciendo unas ilustraciones maravillosas de un gran artista, sino encargando a ilustradores cualesquiera que ilustren (y esos dibujos son para mí reductivos y banalizadores; yo nunca compraría un libro así) novelas, poesía (incluso ilustran a Emily Dickinson, qué idea tan absurda y pretenciosa, y el nombre del ilustrador sale en portada, mientras que el del traductor, para mí vital, sobre todo tratándose de una poeta tan difícil de traducir como es Dickinson, permanece oculto en el interior) y cuentos. Tal vez, me comentaba una editora culta que nunca haría algo así, es porque no creen en la literatura, y quieren vender como sea, rebajando el nivel. A mí me desalienta esa política. O le encargan a un artista con una sensibilidad casi opuesta que ilustre un texto que no puede comprender. Hay una ilustradora que ahora aparece en todas partes y que para mí rebaja horriblemente los textos que pretende ilustrar, como si no hubiera entendido nada. En fin, es sólo mi opinión, naturelich, y ya sé que no será apreciada. Creo que no es casual y que viene del mismo contexto de esos horribles cuentos para niños tontos. Justo lo contrario de aquel libro tan interesante de Harold Bloom, que publicó Anagrama hace unos años, y que yo he regalado a varios niños. Compré este libro de Hawthorne y otros al librero de la calle Berlinès, que hizo una pequeña celebración estupenda del proyecto de crecer que está llevando a cabo, a contrapelo de la dirección perversa de las cosas, a favor del pensamiento y la lectura y no al contrario. Y había elaborado una carta libresca con menús deliciosos y me incluyó generosamente entre las Delicatessen, junto con Gonzalo Suárez, Vila-Matas y Hawthorne, precisamente, ¿qué magnífica compañía! Por cierto que yo me he alegrado de ver protestas contra lo que pretende hacerse para enterrar definitivamente la industria cultural, aunque no estén todos los que son ni son todos los que están. Cómo cuesta que alguien se mueva en este país, ni para defenderse de su destrucción. Quieren cargarse los cines, las salas de música, la edición literaria, los museos, las Universidades, la educación, todo, igual que se cargan el Estado del bienestar, cuando en realidad, como demuestra Vicenç Navarro, hay dinero en este país para sostenerlo todo. Tendrían que ponerse todos los editores en pie de guerra, por ejemplo, porque van a destruir el mundo editorial y las librerías.
También estos días me emborracho de la música maravillosa que me ha grabado J. en un ipod y que ayer me ayudó a hacer mis antiguos ejercicios de Chi Kung y me llena de alegría física y bailable, y también a veces de tristeza recomendable, puesto que de ahí sale siempre algo. Me encanta poner el aleatorio, que siempre parece seguir una línea y siempre me pregunto por qué durante mi intervención hospitalaria, me puso tanta música marchosa, si captaba mi nerviosismo, en lugar de ponerme baladas y canciones de cuna.
Los retrocesos en mi lentísimo avance me desalientan a veces, pero sigo confiando en la tendencia general y pienso que son transitorios. Un paso para adelante, dos para atrás, decía Vladimir Ilich Lenin. Un amigo me anima a ponerme bien para poder acompañarle a recoger unos premios al otro lado del charco a final del verano, y me gusta soñar con esa idea, aunque me temo que mi recuperación sea demasiado lenta para poder emprender un viaje transoceánico tan pronto. Hoy vendrá a verme JP. Rufus encontró un juguete de goma muy elástico de un niño vecino en la terraza y se ha vuelto loco con él, lo recupera del pasillo y juega a cazarlo y a estirarlo y corre a por él, o finge no mirarlo para luego de pronto, ¡zas! saltar sobre él por sorpresa. En las tiendas de animales apenas hay nada para gatos, no es como en NY, donde una vez fui con G. a una tienda holística para animales enrolladísima y llena de posibilidades. Allí firmé contra la explotación de los caballos de Central Park.
Y cada vez siento más deseos de irme a esa casita del bosque que ha encontrado J. y de la que me han contado muy buenas cosas. Ojalá fuese más tiempo. Rufus se quedará, como siempre, muy bien acompañado: espero que no me eche mucho de menos y que me perdone a la vuelta. Con G. se estuvo haciendo el indiferente cuando volvió del Camino de Santiago, pero su resistencia no duró mucho, aunque ahora G. se ha ido a ses illes.

2 comentarios:

Eva Muñoz dijo...

Me encanta lo que has escrito hoy, todas sus frondas y reflexiones acerca de la literatura infantil, entre otras... por cierto que ¿sabes que estoy escribiendo cuentos infantiles? Ha sido para mí un verdadero hallazgo... algún día te pasaré alguno, ya han salido del cajón y estoy decidida a que sigan adelante. Adéntrate en el bosque. Buen paseo. Beso

Belnu dijo...

Qué suerte, Eva! Ese es un mundo maravilloso y si logras -yo no pude, lo dejé- entrar en ese mercado puedes incluso ganarte muy bien la vida, mucho mejor que con los adultos! Pero dejando aparte lo pecuniario, ya sabes que a mí me fascina ese mundo, demasiado para aportar nada quizás!
Gracias por tus palabras