domingo, 15 de enero de 2012

Vuelvo a escribir aquí



Foto: I.N., Balcones de París, 2009
Está saliendo el sol entre las nubes y Rufus ha decidido quedarse en la terraza. Anoche fui a una fiesta de cumpleaños de un escritor réussi y los asistentes se apretujaban en el amplio bar como en el metro. Luego resultó que había un tropel de desconocidos con una pinza verde en la ropa que pertenecían a una fiesta camionera. Venían conmigo V. e I. y nos tomamos unos vinillos en el bar de aquella fiesta literaria, pero agradablemente alternativa, sin ese arrogante desdén burguesote de los festejos editoriales. Afuera, la gente se apretujaba también para fumar y alguien comentó que con tanta restricción todo era muy difícil, ya que tampoco podía llevarse el vaso afuera y había que renunciar siempre a algo. Comentando la situación económica y política tan odiosa y asfixiante, dos mujeres hablaban de revolución o fuga del país como únicas  opciones posibles. 
La semana había sido difícil. Se cumplió un año de la muerte de M. en el mismo momento en que llegaron noticias duras del malaise de A., junto a la lluvia de pequeñas catástrofes materiales y la falta de dinero. Yo volví a casa de un encuentro con los personajes del teatro de mi infancia llena de dolores, nuevos y viejos, enferma por lo que veía y oía. "Lo que está claro", dijo el hombre que escucha, es que ese contacto te enferma". Todo parecía alarmante y desesperanzado. Volvieron incluso los pensamientos hipocondríacos que me contagiaron los médicos en marzo de 2011, pero pensé: "Y si tengo que morir, ¿qué pasa? Yo quiero seguir aquí, leyendo, escribiendo, paseando, escuchando música y realizando mi deseo, quiero seguir también por G., pero si tuviera que irme, tampoco pasaría nada", y ese pensamiento me tranquilizó. Aunque no lo parezca, hay cosas peores que la muerte. Pero ha sido una semana llena de intensidades de toda clase, negras y luminosas. No quise, no he querido volver al mundo de A.S., porque me inquieta más que otra cosa su negacionismo y a la vez me desconcierta esa nueva fase mía en la que prefiero retirarme a pesar de todo... En este momento necesitaba otra cosa. Me consolaron las llamadas y apariciones de los amigos, el prólogo ilustrado que Mariscal ha hecho para mi libro de Barcelona, con esos mapas llenos de ironía y de historia, un poeta brioso que me escribe e imagina, mi amigo seráfico y su generosidad, los sueños de las cartas del Tarot en los cafés... Y el posible interés de uno o dos editores franceses por La plaza del azufaifo, mi revisión de las páginas que vamos a enviarles, delicadamente traducidas por Mélanie Gros-Balthazar, y el prólogo generoso de EVM que brilla también en lengua francesa, me llenaron de ganas de bailar.
Presenté a una institución un proyecto radical que, si se deciden a financiar, será toda una experiencia para las dos partes, y en la mía incluyo a la Belle Elaine, que filmará todo el proceso.
Se anuló mi curso de Correspondencias en L'Escola d'Escriptura del Ateneu porque no se habían apuntado suficientes alumnos, pero apareció una nueva candidata que me ofreció hacerlo en su casa, donde hay jardín y árboles antiguos. Vamos a ver si encontramos un horario compatible para todos, porque les aseguro que el curso vale la pena, no por mí, sino por esas correspondencias maravillosas y lo que de ellas se desprende, en forma de latidos, de thriller y de fulgor vital y de pensamiento. Así que espero que se apunten.
He salido a buscar pomelos y mandarinas y en ese corto itinerario me he encontrado a J., que iba radiante, como si la crisis, las calificaciones perversas, la amenaza nuclear y la debacle de este país con sus políticos corruptos no fuesen con él, luego a un empresario de hostelería a quien conocí cuando empezaba como coctelero y que fue multiplicando sus establecimientos por la ciudad,  a un amigo ruso al que he visto una vez en treinta años y al fin a una mujer octogenaria, madre de una amiga de la adolescencia y que entonces se parecía a Anouk Aimée, que había desaparecido por completo de mi vista y que reapareció cuando la convertí en personaje de mis cuentos, respondiendo a esas extrañas llamadas de la escritura, y para rematar me preguntó qué podía leer de lo que yo había escrito. No sé qué pasaba esta mañana en ese tramo.
He cometido el error de comprar un periódico, pero al leer en la portada las declaraciones de una mujer empleada en una de esas agencias de descalificación que generan el negocio de unos pocos y el hundimiento de países enteros, que condenan a tanta gente a la pobreza y el trabajo esclavo, diciendo "No lo hacemos por capricho", me ha entrado una furia poco saludable y he decidido que no lo leeré. Mi suscripción se acaba este mes o el que viene, y no voy a renovarla. La tergiversación, la mentira, la alarma injustificada, la falta de reflexión y de salidas que se desprende de esos periódicos, cada vez más la voz de su amo, me enferma literalmente. Creo que prefiero buscar algo más alternativo y leer los únicos artículos serios que incluyen esos periódicos en facebook o en las redes, citados por otros.
El otro día leía a Mary McCarthy diciendo en un prólogo de sus Memorias de una joven católica que nadie la creía, que los lectores estaban convencidos de que los personajes de su infancia eran inventados. En general suele ocurrir lo contrario, los lectores creen que lo que escribimos ocurrió tal como lo explicamos, y los que estaban en el lugar de los hechos -cuando los hubo- llegan a corregir sus recuerdos, persuadidos por el mero poder de la letra impresa. Es un reflejo universal preguntarse cuánto habrá de biográfico en la escritura de un autor, y por eso me hizo gracia que a ella, que escribía sus memorias (tal como recordaba y con esa limitación de la orfandad tan temprana en que nadie o apenas nadie podía matizar o corregir sus recuerdos de niña), nadie la creyera y los lectores pensaran que todo era literatura. Pero es que es verdad que los lectores nos desconciertan e interpelan, algunos porque, como alguien decía en Babelia, querrían que escribiésemos siempre lo mismo, otros porque no saben que existe la subjetividad y que cada lector lee un libro distinto y otros porque de verdad pescan lo que para nosotros es importante o lo era cuando lo escribimos.
Durante esta semana extraña, yo no podía llorar a M., ni tampoco hablar con ella como hago con mi padre ausente, ni tampoco decir moia maika como en mi cuento traducido al serbio, pero mientras desayunaba, ponía Arte tv y lloraba con los perseguidos birmanos o la miseria de unos hindúes o los testimonios de la primavera de Praga y su horrible final, o escuchaba un programa de France Culture sobre Juan Gellmann y volvía a llorar oyendo cómo el lenguaje no le servía para decir su dolor y tuvo que cambiar el género a las palabras, convertir nombres en adverbios, oía a su traductor francés explicándole y lloraba, lloraba apenas un momento porque ya no sé llorar como antes, es sólo el instante de un sollozo semi silencioso, dos lágrimas que no llegan a ninguna parte y se evaporan antes de caer. También pensaba en aquella sensación mía de pequeña en que yo sentía demasiado las cosas, lo oscuro y lo luminoso, y que tenía que hacer algo con aquello que me ocupaba demasiado, que me hacía latir de una forma desbocada, y que tal vez fuese mi piel que decían demasiado transparente, o simplemente pensaba que era una suerte y que tenía que devolverlo convertido en otra cosa, y eso intentaba explicarle a un poeta que no puede conocerme.
Esta mañana escuchaba a Thomas Ostermeier en Arte Tv, en Moscú, hablando del abismo entre las clases sociales en el poscomunismo, y luego del patriarcalismo terrible en Palestina y de Juliano Mer Khamis y de por qué lo mataron; era muy interesante. Yo dejaría siempre esa televisión culta puesta de fondo, en cambio las nuestras no las veo nunca, y alguna vez me pierdo algo, creo que anteanoche pusieron en la 2 un documental de Michael Winterbottom titulado La doctrina del shock que según mi amiga M. todos deberíamos ver y que también recomendaba Hanif K. en su muro de facebook.
Leí Quién es? de Sebastien Doubinsky, y me gustó su poética irónica y leve, y ese Billy el Niño ensoñado, que habla de su infancia y del mundo, de su deseo y de las mujeres, y que retrata los gestos de sus perseguidores y su tristeza dentro de la crueldad y la soledad de todos, la desesperanza del mundo trenzada a la propia felicidad del deseo, y que se deja arrastrar por el azar de las cosas fantaseando con el destino, dibujándolo y dibujándose hasta sus últimas palabras, que son las del título, antes de morir acribillado.
He soñado toda la noche con las redes, pero me he levantado con cierta esperanza cálida que necesitaría todos los días y sintiéndome más ligera, quién sabe por qué, menos alcanzada por la amenaza.

4 comentarios:

pater brioso dijo...

Cómo late tu corazón siempre en lo que escribes. Es un verdadero deleite seguirte por aquí como antes por allí. El mundo te dará todo lo que necesites.

Belnu dijo...

Gracias, Pater Brioso! Insh'allah!

Dante Bertini dijo...

no te puedes quejar: hay proyectos ilusionantes y puedes llorar, dos cosas de las que en estos momentos de sequía muy pocos gozan... y tienes a Rufus cuidándote, una gloria celestial...

Belnu dijo...

Si yo siempre me acabo sintiendo feliz en algún momento del día, Dante y me considero privilegiada, sólo me agota tener que angustiarme por esta persistente falta de liquidez y esos pequeños males crónicos que me recuerdan al soneto CXLVI de Shakespeare. Y es que este 2011 ha sido un año salvaje para mí y aunque haya cambiado de número, el espíritu es el mismo: para lis astrólogos, Saturno