Foto: I.N. John Muir Woods, 2011
Mientras duermo, paseo por ciudades americanas, que se han quedado prendidas no sé cómo en esa memoria onírica. Anteanoche soñé que estaba en NY con dos personajes de mi infancia (con quienes viajé por última vez a los 15 años), salía de un apartamento en un rascacielos y me dejaba, como en tantos otros sueños, las llaves y el bolso dentro, con el teléfono. Intentaba volver al apartamento, aun sin recordar cuál era, pero las escaleras eran laberintos con barreras, por donde muchos otros huéspedes saltaban e intentaban en vano llegar arriba. Volví a la calle, y allí, dos chicas jóvenes que había conocido en las extrañas escaleras me ayudaron a llegar al ascensor.
Anoche estaba primero en Nueva York, luego en Washington, una pareja mayor me llevaba en coche por un barrio de brownstones, pero yo tenía que parar para comprarle a L. material informático, y un arquitecto que conozco, que antes de la crisis me contrataba para dar conferencias en una universidad privada, era en mi sueño el propietario de la tienda, donde se pagaba en pesetas, y al salir, era Barcelona otra vez, la plaça Adrià se había convertido en un jardín frondoso tras unas obras, desafiando lo real, que tiende justo en la dirección opuesta.
La otra tarde me senté en el café donde doy ese curso informal e improvisado que titulé Otras lecturas buscando una mesa silenciosa. No podía evitar overhearing, como dicen los anglosajones (nosotros, perezosos, no tenemos palabra; tampoco la tenemos para decir "combe", que es una especie de valle anticlinal, producido por un plegamiento de la Tierra, y hoy he tenido que recurrir a un pequeño circunloquio al traducir a Giono), y me quedé sorprendida. En la mesa de enfrente un hombre le decía al otro que el aspecto mefistofélico quedaba disminuido por el erotismo sordo del personaje... mientras en la mesa de mi izquierda una mujer le contaba a otra cómo la policía franquista los desalojó y la detuvieron, aunque no era militante, y pasó dos meses en la cárcel por asociación ilegal. Acostumbrada a oír siempre conversaciones muy banales en esta ciudad ("Ustedes no hablan, hacen ruido", decía una vez Gustavo Bueno a unos que en efecto, no decían nada, sound and fury) y a que cuando aquí se habla de algo realmente, con propiedad y con insight siempre sean argentinos quienes hablan (una vez acabé dándoles las gracias a dos jóvenes argentinos que hablaban alegremente en el metro, contraponiendo el simbolismo feliz de la navidad y su conflicto y desajustes con lo real, y me pidieron disculpas por no dejarme leer, mientras que yo estaba contenta de poder pensar con sus palabras prestadas), me pregunté si ese café sería el último reducto de la gente pensante de esta ciudad. Lo extraño es que a las seis de la tarde ese café está plagado de gente ociosa, con su bullicio pensante... Y yo pensaba que tendríamos que anular ese curso, pero no fue así.
Llevo una semana sin escribir, agotada por circunstancias diversas que me dejan sin tiempo, pues G. se puso enfermo y ha estado encerrado conmigo y yo cuidándole mientras ocurrían muchas otras cosas. Sólo Rufus ha conservado su plácida quietud, aunque en realidad, él nos cuidaba con su afecto. Desde que pasé por allí y aún más desde que recibí una de esas amenazas que me hizo volver a 1984 en todos los sentidos, Rufus no se ha apartado de mí, y cuando G. enfermó, amplió su actitud cuidadora a G., que alternaba su impaciencia por la lentitud de su virus con la admiración por el gato. "Rufus tiene un esplendor...", dijo un día de pronto, y creo que se refería a ese aspecto arrogante y majestuoso que tiene a veces, mientras que otras veces es puro Garfield o puro carrolliano gato de Cheshire.
Por cierto, pueden leer aquí mi artículo sobre Natsume Soseki, que es intensivo, en el número 76 de la revista TURIA. Me ha llegado hoy el número 78-79 de esa misma revista, donde aparece una selección que he hecho de fragmentos de Jean Giono, del libro que estoy traduciendo para Impedimenta, Un rey sin diversión. Y También aparece mi reseña del primer volumen de Jin Ping Mei, en esa edición magnífica de Atalanta, traducida por Alicia Relinque. Es un número lleno de chicha, y escriben también Cataño, Álvaro de la Rica, J.A. Tello, Fresán, Thays y tantísimos otros.
Alguien desconocido me desea en facebook que las emociones me abrasen y, puestos a desear, le he dicho que preferiría que me embargase una plácida calma, algo como la beatitud, noticias felices, porque no puedo más de esta aceleración salvaje, carrera de obstáculos sin reposo. Escribo este post rápido sólo para no desaparecer de este espacio; ojalá cuando vuelva haya recobrado el aliento. Sé que ayer por la tarde, en algún momento, anduve por la calle alegremente, contemplando una luz casi ensoñada. El viernes y el lunes doy unas clases en la UAB para enseñar a unos alumnos a argumentar, a defender o criticar algo, en este caso, unas películas, y curiosamente, esas películas forman parte de la atmósfera de estos tiempos. No puedo evitar la tristeza y la aprensión de Fukushima. La sensación de que el mundo se ha vuelto loco y de que nos gobiernan unos psicóticos peligrosos, que en su prisa por enriquecerse, no piensan que destruyen también su mundo y su futuro inmediato, su presente, el suelo bajo sus pies. Hoy me dedicaré a pensar esas clases. Tendré que volver a mis antiguos mantras. Rufus se ha ovillado a mi lado, ojalá me contagie sus ondas de vibración feliz.
8 comentarios:
no puedo mentirte: pienso que todo está realmente mal y que los, no locos sino medicados, que nos gobiernan, son al menos, además de estúpidos, insensatos, daltónicos, cutres y muy mal educados.
Sueño como tú con América, tumultuosa y viva, donde todavía el diálogo es una realidad y las palabras intentan comunicar(se).
Gracias, Dante, qué comentario tan atinado y bien dicho. Siempre tus fotos le añaden la sonrisa del gato de Cheshire a todo, como un contrapunto alegre...
Maravillosa entrada.
Tiene toda la razón Dante pero yo no se si esa América existe más que en un sueño.
Gracias, Friks! Por lo menos existe en algunos bosques de sequoyas...
¡Pero es estimulante que al menos oyeras esas dos conversaciones! Yo he estado sentada en ese café con personas de las que sólo hacen ruido y es de verdad deprimente.
¡Seguro que ese número de Turia está súper bien, y tú habrás contribuido mucho!
Desde luego, las conversaciones devolvían la esperanza! El número de la revista Turia efectivamente está muy bien, aunque mi contribución esta vez es humilde, de hecho aporté más en el número 76, el de Soseki que puse aquí
http://articulosisabelnunez.blogspot.com/
y que tú ya leíste y comentaste
Hola Isabel: No nos conocemos, pero por esas cosas de Facebook llego a vos, por un enlace de Espai Freud. Soy de Córdoba, Argentina (gracias por lo que decís de los argentinos, y después de leer tu página, me atrevo a enviarte lo que agregué hace unos dias a mi Facebook. Un saludo. Raúl Vidal:
"Hacerse de un linaje, ¿es fabricarse un padre?" [fragmento]
"Si no fuera porque me da miedo encontrarme con ciertos fantasmas,
me gustaría volver una noche al sitio ese para entender bien de
dónde vengo. Pero hay que ser prudente. Además está la posibilidad
de encontrarse con la puerta cerrada a cal y canto. Cambio de dueño."
Patrick Modiano, En el café de la juventud perdida.
Dalí pintaba relojes blandos, y cuando algún erudito volvía sobre ese enigma, respondía lo primero que se le venía a la aquilina cabeza; por ejemplo: Lo importante no es que sean blandos o duros, sino que marquen la hora exacta; también podría haber lanzado una explicación desoxirribonucleica o insectívora-religiosa o vegetariana o explayarse sobre el notorio efecto de los noúmenos venusinos en erección sobre su pintura, haciendo una vez más alarde de su método paranoico-crítico, ¿por qué no?, si lo único importante para Salvador, a quien tan bien le caía hibridar la literatura con la pintura, era sostener el enigma. Así, Ignacio Vidal-Folch me informa que “desde luego la explicación original -se le habían ocurrido los relojes blandos porque esa noche había cenado un queso camembert en su punto de licuación-, era más bien prosaica, y él era el primero en darse cuenta de ello, aunque también es cierto que no le arredraban los prosaísmos”. Lo evidente es que La persistencia de la memoria, obra más conocida por Los relojes blandos, como tantas cositas de este mundo, no necesita explicación, a costa de cierto malestar, y por qué no angustia, en el que observa. Vale este comentario inicial para subrayar que el tiempo, como tantas otras cositas de este mundo, mientras más se lo quiere conservar lo mejor es gastarlo.
[Inicio de uno de mis escritos, todavía inédito]
Gracias, Raúl, por esas interesantes citas y comentarios. Aún tengo pendiente ese Modiano, pero realmente la frase vale la pena... Suerte con esos escritos!
Publicar un comentario